domingo, 15 de mayo de 2011

TRIBUTO A JUAN PABLO II


TESTIMONIO Y MAGISTERIO DE UN PAPA TRABAJADOR
(Adhesión a la beatificación de Juan Pablo II)
En homenaje a la Beatificación del Papa Juan Pablo II, es obsequio merecido referirse al testimonio y al magisterio que desarrollara durante su extenso servicio a la Iglesia.
A la vez, es tan abundante cuanto brindó en ese lapso que no nos queda más que reducirnos a los principales documentos magisteriales.
De las catorce cartas encíclicas que escribió, tres fueron dedicadas exclusivamente a la temática social.
a. La encíclica sobre el Trabajo humano “Laborem exercens”, de 1981, su primer homenaje apostólico a la “Rerum novarum” del Papa León XIII, se destaca por la reivindicación del trabajo subjetivo, es decir, del trabajo como tarea valorizadora de la propia persona humana que trabaja (n.9).
De este documento quedarán imperecederos: su 'argumento personalista' (en el n.15) que reinvindica “el principio de la prioridad del trabajo respecto al capital [como] postulado que pertenece al orden de la moral social”; el concepto de 'empresario indirecto' (n.17); y el ejemplo de “Cristo, el hombre del trabajo” (n.26), amplia enumeración de cuanto hizo y de cuanto conocía Jesús de la vida de trabajo.
b. En 1987 publicó su carta encíclica acerca de “La solicitud por lo social” (“Sollicitudo rei socialis”), para destacar y actualizar el vigésimo aniversario de la encíclica de Pablo VI “El desarrollo de los pueblos” (“Populorum progressio”). Algo más extensa que la anterior, pero como todos los escritos de Juan Pablo, de párrafos profundos, como quien va elaborando poco a poco los argumentos.
Todavía no había caído el Muro de Berlín, ni se había precipitado sin estruendo de armas el sistema colectivista, cuando el Papa habla en esta encíclica de Primero, Segundo y Tercer Mundo, y reivindica la existencia de un Cuarto Mundo, aquel de la pobreza extrema de los países menos avanzados y también de los bolsones de pobreza extrema en países desarrollados o en proceso de desarrollo (ver ns. 14, 16, 17).
Se distinguió este pronunciamiento de Juan Pablo: por la clara definición de la solidaridad como “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, por el bien de todos y de cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (n.38); por retomar decididamente (ver n.28) – frente al consumismo reinante – la distinción entre 'ser' y 'tener' (“Populorum progressio”, n.19) ya planteada con claridad por el Concilio Vaticano II en su Constitución “El gozo y la esperanza” (“Gaudium et spes”, n.35); por identificar claramente 'estructuras' absolutizantes, verdaderos ídolos: “el afán de ganancia exclusiva... y... la sed de poder... A cada una de estas actitudes podría  añadírseles, para caracterizarlas aún mejor: 'a cualquier precio'” (n.37); por señalar “la opción o amor preferencial por los pobres [como] una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia” (n.42).
c. La tercera encíclica enteramente social, “A los cien años” (“Centesimus annus”) de la “Rerum Novarum”, se ubica en un contexto histórico evidentemente trascendental: ha caído el sistema institucional, a la vez político y económico, de la URSS y de los países de su órbita. De allí la exhortación de Juan Pablo a mirar retrospectivamente, a mirar alrededor las 'cosas nuevas', a mirar al futuro.
Es entonces cuando manifiesta el ardiente deseo de que “estas palabras – se refiere a las duras palabras de León XIII – escritas cuando avanzaba el llamado 'capitalismo salvaje', no deban repetirse hoy con la misma severidad. Por desgracia, hoy todavía se dan casos de contratos entre patrones y obreros en los que se ignora la más elemental justicia en materia de trabajo de los menores o de las mujeres, de horarios de trabajo, estado higiénico de los locales y legítima retribución” (n.8).
Al considerar la situación del trabajo hoy, alude al hecho de que “el hombre trabaja con los otros hombres, tomando parte en un 'trabajo social' que abarca círculos progresivamente más amplios”  y señala que “hoy día el factor decisivo – en la economía de empresa – es cada vez más el hombre mismo... su capacidad de conocimiento... su capacidad de organización solidaria...” (n.32).
No titubea el Papa en hablar de “un vasto y fecundo campo de acción y de lucha, en nombre de la justicia, para los sindicatos y demás organizaciones de los trabajadores que defienden sus derechos y tutelan su persona...” e insiste en que “se puede hablar justamente de lucha contra un sistema económico...” y propone como modelo alternativo “una sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en la participación” que no “se opone al mercado, sino que exige que éste sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado...” (n.35). Y define el 'capitalismo' que conviene, con una “respuesta obviamente compleja” (n.42).
Pero Juan Pablo no enseñó solamente sobre los valores socioeconómicos en esta encíclica; en la línea de Pío XII, de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II, proclamó que “la Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. [...] Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. […] Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto...” (n.46).
d. El legado doctrinal social de Juan Pablo, por cierto, no se ha limitado a sus tres encíclicas sociales. Desde su primera carta encíclica “El Redentor del hombre” (“Redemptor hominis”) donde, en su cap. III El hombre redimido, proclama ya que “el hombre es el camino de la Iglesia”        (n.14) y se explaya sobre los derechos del hombre  y sobre el bien común (n.17), pasando por su  carta apostólica de 1988 sobre “La dignidad de la mujer” (“Mulieris dignitatem”)                                                                                                                         (ver n.10) y su “Carta a las familias” de 1994, no podemos dejar de mencionar otra Carta apostólica, del año 1994, de preparación al Jubileo del año 2000 “Mientras se aproxima el Tercer Milenio” (“Tertio millennio adveniente”) que en sus ns. 11 al 17 habla detalladamente del concepto del jubileo y de sus alcances como tiempo de restitución y gratuidad; y la que escribió al concluir el Gran Jubileo del año 2000: “Al comienzo del nuevo milenio” (“Novo millennio ineunte”) que, en su n.14 defiende un tema específico pero de importancia para muchos países: “la reducción sustancial de la deuda bilateral que tienen los países más pobres y endeudados”; y evocando el texto de Mt 25, 35-36, afirma que “esta página no es una invitación a la caridad: es una página de cristología que ilumina el misterio de Cristo. Sobre esta página, la Iglesia comprueba su fidelidad como Esposa de Cristo, no menos que por la ortodoxia” (n.49) y proclama “la hora de una nueva imaginación de la caridad” (n.50).
e. La herencia de Juan Pablo, asímismo, no se queda en lo que él escribió. Habiendo participado del Concilio Vaticano II, acogió muy favorablemente un deseo expreso de los Padres del Sínodo extraordinario de los Obispos de 1985, la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica, que contiene más elementos referentes a los temas sociales de lo que pudiera parecer a simple vista. Finalmente, el Pontificio Consejo Justicia y paz elaboró, por encargo del Papa Juan Pablo, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, obra de permanente consulta de cristianos y no cristianos sobre la problemática social, política, económica y cultural.
En fin, Karol Wojtyla fue obrero en su juventud en una cantera y en un establecimiento fabril, bajo un régimen político totalitario, mientras se formaba intelectualmente en unidades académicas de perspectivas más bien eslavas que occidentales; fue Pastor en su patria, Polonia, bajo otro régimen político también totalitario y, sin duda, contribuyó – ya como Papa - a la consolidación de los opositores a dicho régimen, específicamente el sindicato libre Solidaridad. De esta vida atareada surgió su abundantísima enseñanza, no sólo sobre lo específicamente religioso, sino también en lo social, lo político, lo económico, y, como hemos querido manifestarlo, con un particular empeño pastoral de parte de quien ya veneramos como Beato Juan Pablo II. ¡Dios sea alabado por cuanto hizo en él!

Equipo Arquidiocesano de Pastoral Social
Redacción: Enrique Endrizzi
Mendoza, abril de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario