La traducción es mía.
Enrique Endrizzi
25/8/12
Acentuaciones
del Vaticano II a revalorizar
Gaston
Piétri, sacerdote en Ajaccio (Córcega)
Hay
algunos acentos, enteramente fieles a la Tradición cristiana más
antigua, que han aparecido en la obra del Vaticano II como
innovadores. Son los mismos acentos que hoy no sólo se atenúan,
sino también desaparecen muy frecuentemente del discurso y de las
prácticas de algunas de nuestras comunidades.
Para
expresar la condición común de los creyentes en Cristo, la
Constitución Lumen
Gentium
pone en primer lugar la igualdad: “Una verdadera igualdad reina
entre todos, en cuanto a la dignidad y a la acción, común a todos
los creyentes para la edificación del Cuerpo de Cristo” (n.32c).
Si no fuera así, ¿no habría cristianos de primera clase y
cristianos de segunda clase?
El
Concilio no deja de señalar en el mismo párrafo la diferencia de
funciones y, entre ellas, la del pastor. ¿Por qué hablar tan poco
de la igualdad y tener tan poca audacia para vivirla de modo más
visible? Sin duda por miedo de 'sumergir' a los pastores en la
comunidad. Por insuficiente comprensión de la verdadera naturaleza
de las diferencias. Y, en definitiva, por una lamentable devaluación
de este nombre común de “cristiano” que los discípulos
recibieron un día en Antioquía (Hech 11, 26).
¿Qué
habría, sin embargo, para nosotros más eminente que el honor de ser
cristianos, es decir, de Cristo? Está dicho, pero hay que repetirlo:
no hay nadie 'supercristiano'. Se oye decir a veces: “Los
cristianos y los pastores”. Enunciar así la distinción no tiene
ningún sentido en la lógica del cristianismo.
En el
Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros el Vaticano
II menciona cómo el ministerio de los presbíteros es irremplazable
“en y para el Pueblo de Dios”, y precisa además: “Con todos
los cristianos, ellos son discípulos del Señor (…). Regenerados
con todos en la fuente del Bautismo, los presbíteros son hermanos
entre sus hermanos, miembros del único Cuerpo de Cristo, cuya
construcción ha sido confiada a todos” (PO 9). La relación de
fraternidad es la más fundamental y si no se notara en la vida
cotidiana, el aspecto de 'paternidad espiritual' que conlleva el
ministerio sacerdotal quedaría desnaturalizado al perder su sentido
evangélico: “Ustedes no tienen más que un Padre y todos ustedes
son hermanos”.
Durante
el Año Sacerdotal, entre la abundancia de publicaciones, ha costado
mucho descubrir referencias netas e insistentes de esta importante
advertencia conciliar. ¿De dónde el miedo? Tenemos necesidad de
vocaciones al ministerio presbiteral. ¿Creemos quizá que la
valorización urgente de esta vocación pueda ser fecunda y sobre
todo bien entendida, si no se toma en cuenta seriamente este
'retorno' del ministerio del sacerdote al Pueblo de Dios, tal como lo
incluye la dinámica de Lumen
Gentium?
En el
Decreto sobre el ecumenismo el Concilio recomienda una presentación
de la fe cristiana que ponga en su verdadero lugar, es decir, en un
lugar central, aquello que más directamente tiene “relación con
los fundamentos de nuestra fe” (n. 11). A este respecto, habla de
una 'jerarquía' de las verdades. Las devociones tienen su razón de
ser. Ilustran a veces de forma oportuna tal o cual aspecto del
misterio cristiano. Pero otras veces la excesiva y persistente
atención prestada a ciertos aspectos terminan por ocultar aquello
que está en el corazón de la Revelación del Dios de Jesucristo y,
consecuentemente, aquello que nos es común entre confesiones
cristianas. La identidad católica manifestada por esas devociones
nacidas con el correr de los siglos debe subordinarse a la
especificidad cristiana en cuanto ésta tiene de esencial. Es ella,
por encima de todo, la que es preciso poner a la vista.
La
Constitución Gaudium et spes considera la originalidad de la
Iglesia, que no cabría reducir a ningún modelo político. Pero lo
hace situando esta particularidad en la sociedad donde ella es
solidaria con todos los actores de la vida común. El Concilio no
duda en presentar Iglesia y sociedad en situación de reciprocidad.
Lo que la Iglesia aporta al mundo no se da sin considerar lo que la
Iglesia recibe del mundo (ns. 41 al 44). Del mismo Cristo recibimos
sin cesar el Evangelio de salvación para proponerlo al mundo. De la
historia y de la evolución del género humano la Iglesia recibe
renovadas indicaciones para su presencia efectiva entre los hombres
de este tiempo. No podemos argumentar sobre los errores individuales
y colectivos de nuestros contemporáneos para colocar a la Iglesia
por encima de una sociedad que no tendría nada para decirnos.
La
idea democrática, por ejemplo, no se aplica a la Iglesia del mismo
modo que en la sociedad política. Sin embargo, puede y debe inspirar
los modos de relación al interior de la comunidad cristiana. No es
suficiente repetir hasta la saciedad “la Iglesia no es una
democracia”. Sería más sabio mostrar cuánto puede aportar de
vivificante un sano espíritu democrático al realizar aquel
'momento oportuno' que es expresión del Pueblo de Dios. ¿Creemos
realmente en ese 'momento oportuno' en el que el propio Espíritu
“habla a la Iglesia”?
Estas
acentuaciones no agotan ciertamente la obra del Vaticano II.
Revivificarlas es necesario, sin embargo, si la Iglesia quiere que
estos acicates vivos de la renovación querida por el Concilio no se
emboten. La auténtica Tradición eclesial perdería entonces, en
parte, el aliento que se manifestó hace 50 años y del cual la
comunidad cristiana tiene más que nunca necesidad para ser fiel
testigo del Espíritu que “renueva la faz de la Tierra”.
Gaston PIETRI
Original
en la página web del Diario LA CROIX: www.la-croix.com
.
Traducción
de Enrique Endrizzi